La Gruta de Fingal es y no es una cueva volcánica. Lo es porque se abre en material volcánico (las coladas de basalto); no lo es porque su origen no tiene que ver con el vulcanismo, sino con la acción erosiva del mar. En este sentido es como tantas de las cuevas que se abren en todos los acantilados del mundo, pero aquí el basalto, con sus enormes columnas, le da un aspecto distintivo y único.
La cueva tendrá unos cincuenta metros de longitud, y en toda ella las columnas de basalto forman unas terrazas por las que podemos profundizar bastante en la cavidad sin complicaciones. Después se puede subir a la parte alta de la isla, que resulta ser un prado ondulado, batido por un viento que tiene toda la pinta de no parar nunca. Un paisaje también digno complemento de la visita. El lugar es tan mágico que incluso sirvió de inspiración al músico escocés Mendelssohn para crear una obertura titulada “la Gruta de Fingal” y a Julio Verne, que la usó como escenario de uno de los pasajes de su novela “el Rayo Verde”.
Sir Water Scott, el novelista romántico escocés autor de Ivanhoe y Rob Roy, escribió sobre esta cueva. Acantilados de oscuridad, cuevas de maravillas, ecos del trueno del Atlántico…. Hasta como lugar de apariciones de fantasmas.
Desde que fuera descubierta por el naturalista Sir Joseph Banks en 1772, La Gruta de Fingal a cautivado a numerosos viajeros. Desde finales del siglo XVIII las perfectas columnas hexagonales de basalto y el eco de las olas en su interior, han dejado fascinados a todo aquel que la visita.
Situada en la isla deshabitada de Staffa en el archipiélago escocés de Las Hébridas , la cueva tiene una bóveda que parece el panal de una colmena gigante. Sus enormes dimensiones (85 m de profundidad y más de 20 m de altura) causan los síntomas del síndrome de Stendhal. Elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones, sufren los individuos expuestos ante esta sobredosis de belleza.
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